"  Un profundo rumor se oía en la región inaccesible.

Nada es comparable con el rugido del abismo. Es la inmensa voz bestial del mundo. Lo que llamamos la materia, ese organismo insondable, esa amalgama de energías inconmensurables en la que a veces se distingue una cantidad imperceptible de intención que hace estremecerse, ese cosmos ciego y nocturno, ese Pan incomprensible, tiene un grito, un grito extraño, prolongado, obstinado, continuo, que es menos que la palabra y más que el trueno. Ese grito es el huracán. Las otras voces, cantos, melodías, clamores y palabras salen de los nidos, las polladas, los acoplamientos, los himeneos, las viviendas; éste, llamado tromba, sale de esa Nada que es el Todo. Las otras voces expresan el alma del universo; ésta expresa su monstruo. Es lo informe que aúlla, lo inarticulado hablado por lo indefinido. Lo patético y aterrador es que esos rumores dialogan por encima y más allá del hombre. Se elevan, descienden, ondulan, determinan oleadas de ruido, dan toda clase de sorpresas feroces a la mente, ora estallan muy cerca de nuestro oído con una importunidad de fanfarria, ora tienen el enronquecimiento de lo lejano; murmullo vertiginoso que parece un lenguaje y que es, en efecto, un lenguaje: es el esfuerzo que hace el mundo para hablar, el balbuceo del prodigio. En ese vagido se manifiesta confusamente todo lo que soporta, sufre, acepta y rechaza la enorme palpitación tenebrosa. La mayoría de las veces eso desatina, parece un ataque de enfermedad crónica, y es epilepsia generalizada más bien que fuerza empleada; se cree presenciar una caída de la epilepsia en lo infinito. Por momentos se entrevé una reivindicación del elemento, una veleidad de imponerse de nuevo el caos a la creación. En otros momentos es un gemido, el espacio que se lamenta y se justifica, algo así como un alegato en defensa del mundo; se cree adivinar que el universo es un proceso; se escuchan o se trata de oír las razones expuestas, el pro y el contra temible; tal gemido de la sombra tiene la tenacidad de un silogismo. Gran perturbación para el pensamiento: esa es la razón de ser de las mitologías y los politeísmos. Al espanto de esos grandes murmullos se agregan perfiles sobrehumanos tan pronto desaparecidos como percibidos, Euménides casi visibles, gargantas de furias dibujadas en las nubes, quimeras plutónicas casi afirmadas. Ningún horror iguala a esos sollozos, a esas risas, a esas ductilidades del estrépito, a esas preguntas y respuestas indescifrables, a esos llamamientos a auxiliares desconocidos. El hombre no sabe qué hacerse en presencia de ese encantamiento espantoso. Se doblega bajo el enigma de esas entonaciones draconianas. ¿Qué sobreentendido hay en ellas? ¿Qué significan? ¿A quién amenazan, a quién suplican? Hay en ello como un desencadenamiento. Son vociferaciones de precipicio a precipicio, del aire al agua, del viento a las espumas, pues el bozal del abismo se ha deshecho. Tal es ese tumulto, complicado con no se sabe qué altercado misterioso con las malas conciencias.

La locuacidad de la noche no es menos lúgubre que su silencio. En ella se siente la ira de lo ignorado.

La noche es una presencia. ¿Una presencia de quién?

Por lo demás, hay que distinguir entre la noche y las tinieblas. En la noche hay lo absoluto y en las tinieblas lo múltiple. La gramática, que es una lógica, no admite el singular para las tinieblas. La noche es una y las tinieblas son muchas.

Esa bruma del misterio nocturno es lo disperso, lo fugaz, lo ruinoso, lo funesto. Ya no se siente la tierra, se siente la otra realidad.

En la sombra infinita e indefinida hay algo, o alguien, vivo, pero lo que vive en ella forma parte de nuestra muerte. Después de nuestro paso por la tierra, cuando esa sombra sea para nosotros luz, la vida que está más allá de nuestra vida se apoderará de nosotros. Entretanto, parece que nos tantea. La oscuridad es una presión. La noche es una especie de embargo de nuestra alma. En ciertas horas horribles y solemnes sentimos que lo que está detrás de la pared de la tumba se apodera de nosotros. "